martes, 27 de junio de 2017

Una partida de miradas

Acorralando al rey con un caballo,
y la exquisita sensación de triunfo
se derramaba en la sonrisa despiadada,
clavada fija la mirada
sobre el siguiente movimiento corto
de mi alma torturada.

Pero yo por dentro siento deleite
porque la sonrisa hermosa de su rostro
no ha acorralado al rey solamente
sino también al corazón
del que empuña y siente
al escribir estos versos.

Si tan solo supiera
qué movimiento me hubiera
llevado en diagonal, de frente o sobre las piezas,
directo a la compasión para este loco enamorado,
que le ha declarado la guerra
a las impertinentes circunstancias.

Mi reina murió por proteger al rey agonizante,
mientras tanto, y esta vez y aunque parezca ridículo
el insignificante peón muere entre delirios
por la reina despiadada que con su rey acaba.

De las noches más cortas


Mi reloj ya no sabe qué hora mostrar,
este nunca supo diferenciar
el día de la noche,
pero aparentemente me asegura
la típica noche fría de mi tierra.

Que son las 10 me dicen las manecillas,
¡miento!, las mágicas 9 de Madrid
y estas otra vez afirman
que el atardecer es parte del pasado.

Mientras tanto a la misma hora,
el sol cobijaba con sus últimos rayos
las almas de los transeúntes
 de aquella plaza que de rojo
cambiaba a marrón.

Ellos se estremecían de tanta belleza,
una atardecer en Moscú,
un trocito de vida plena.

miércoles, 14 de junio de 2017

Soy de cruzando el Atlántico

Déjame saber qué piensas,
que yo nunca fui directo,
aunque si quieres te lo suelto,
¡Te quiero!

Aunque estés tu tan tu, allá,
y yo tan yo, acá, tan lejos.

Las Canarias son lo mío,
todo lo proceso lento.
Tanto que el cuento,
ya terminó
hace un buen momento.

Autoinfligido

Dicen que se acaba el amor
cuando se deja de admirar las cualidades de su contraparte.
Es verdad, no hay nada que admirar de una mente caótica y dispersa.
Pero si de admirar se trata, aquella mente en su caos
es el ejemplo de locura extrema.

Él le llama musa a aquella que admira
y no lo deja hasta que duele.
Es mi caso, que de admirar no paso
y no dejo de hacerlo por mantener en un cofre intacto
el sentimiento que hizo sumergirme en esta locura.

Sí, es verdad que deliro, y no tienes la culpa.
Que esto me he autoinfligido por querer vivir
una fantasía de un solo protagonista.
Un soliloquio que me lo tragué hasta el fondo
por creer que era un acto para dos.

Mi imaginación vuela y vuela,
ojalá yo pudiera volar ahora mismo.
Fuera de la burbuja,
lejos de mi parte masoquista
que tiene un problema con los químicos,
esos que disipa el cuerpo al cerebro para sentir emociones.

En fin, nada tiene sentido
y ahora menos que ya no depende de mi,
mientras la carga emocional se incremente
a un nivel que no pueda manejarla.
Me pregunto:
¿Existirá un límite para no creerme loco?